“YO ME SIENTO…”
Cada mañana, me despierto y me hago una evaluación rápida o, como dice mi esposo, “me tomo la temperatura emocional”. Usualmente escribo una o dos frases que describan cómo me siento. No pienso demasiado en ello, a veces cierro los ojos y me doy unos segundos para meditar antes de escribir, así no escribo sin pensar. Me esfuerzo por ser auténtica. Comienzo con, "Yo me siento ..." Hoy me senté y escribí, “yo me siento”. No vino nada profundo, ningún sentimiento específico, no pude ir más allá del “yo me siento”. Y luego me di cuenta de que el hecho de que puedo sentir es asombroso.
Constantemente me recuerdo a mí misma ya los demás que nuestros sentimientos no necesitan definirnos. Personalmente, creo que a veces tenemos tanto miedo de nuestros sentimientos, tanto de no ser controlados por ellos, que trabajamos duro para ignorarlos. Cuando pienso en el hecho de que yo siento algo es un milagro. Antes de Cristo ser Señor y Salvador de mi vida, mis sentimientos estaban entumecidos y congelados.
Cuando Dios me enseñó a estar más en contacto con mis sentimientos, fue un proceso muy doloroso. Sentía mis entrañas derretirse. Cuando pienso en esa temporada de transformación en mi vida en la cual Dios me enseño a no tener miedo a sentir, me recuerda a la Parábola de la mala hierba en Mateo 13: 24-30. El criado estaba preocupado por el hecho de que las malas hierbas estaban creciendo entre las buenas semillas que había plantado. El sirviente pareció sorprendido de que hubiera sucedido. El Señor sabía que era el enemigo. Entonces, cuando el sirviente preguntó si debía sacarlos, esto fue lo que dijo el Maestro:
“¡No! —les contestó—, no sea que, al arrancar la mala hierba, arranquen con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. Entonces les diré a los segadores: Recojan primero la mala hierba, y átenla en manojos para quemarla; después recojan el trigo y guárdenlo en mi granero.” Mateo 13: 29-30 NVI
La respuesta: “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha.”
Eso es lo que me pasó a mí, cuando me di permiso para confiar en Dios. El proceso de fusión de mis sentimientos hicieron que mis sentimientos salieran a la luz. Algunos me hacían saltar de alegría y otros me llevaron a llorar de dolor o sentirse disgustada conmigo misma. Fue un proceso. Me sorprendió ver que habían en mi tantos sentimientos dolorosos que me lastimaban a mí y a los que me rodeaban.
Finalmente llegó el tiempo de la cosecha, y Dios separó milagrosamente esos sentimientos y me enseñó a disfrutar los sentimientos positivos y a quemar los negativos. Algunos sentimientos negativos son tan difíciles de quemar que tengo que dejarlos y quemarlos más tarde. Me recuerda el pasaje de Efesios 4: 26-27, que dice: “Si se enojan, no pequen. No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol, ni den cabida al diablo.”
En los momentos que el tiempo de cosecha de mis sentimientos parece ser lento le pido a Dios que me ayude a seguir moviéndome con rectitud, hasta que el tiempo de a quemar esos sentimientos negativos llegue.
Hoy, estoy agradecida de que puedo sentir. Estoy agradecida de que Dios me enseñó a darme permiso para que todos mis sentimientos crezcan y a confiar en que él cosechará a tiempo.
Sí es verdad, mis sentimientos no me definen, me define Dios y por eso estoy agradecida por todos mis sentimientos, porque cada uno me lleva a fijar mi mirada a Jesús.
Así que esta mañana, "yo siento" y eso es más de lo que jamás pedí o imaginé.
"Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios —aclaró Jesús." Lucas 18:27